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sábado, 18 de septiembre de 2010

Más sobre el perro-gato

Parece mentira; una semana después y todo sigue prácticamente igual. Bueno, para el perro-gato hay una diferencia y es que ya no podrá tener descendencia. A él no debería importarle y a sus dueños (me resulta raro considerarme el dueño de una vida, al menos escribirlo) teóricamente debería facilitarles la vida. Pero no, no está del todo claro por qué pero ayer volvió a hacerlo. De hecho, ayer fue, posiblemente, el gran día de madre e hijo.

Cuando salí por la mañana para el trabajo, fue abrir la puerta y la perra, que estaba esperando, intentó entrar como alma que lleva el diablo. Lo impedí y la mandé, sin éxito, a su casa. En cierta forma era comprensible porque había estado lloviendo durante toda la noche y, a pesar del toldo, de la caseta y de su gusto por el agua, se ve que los truenos pueden todavía más.

Al mediodía, llegué y me encontré con que ambos habían pasado una mala mañana. Tanto que no habían podido contener el esfínter anal y habían dejado allí un par de regalitos a los que solo faltaban sendos lazos. Como decía aquel antiguo chiste, de haber pasado por allí un policía, no le hubiera quedado más remedio que dar parte ... porque para el defecante hubiera sido mucho.

De forma que, habida cuenta de que seguía lloviendo y de que los esfínteres debían estar ya más relajados, no los sacamos en ese momento. No sé si fue un error o no pero el caso es que un par de horas después salimos a recibir a una visita y nos encontramos con que, fuera de la puerta, solo nos esperaba la madre; ni rastro del hijo. Enjaecé a la perra, cogí el arnés del hijo y salí a buscarlos. Ella me dio un buen paseo por donde quiso y todavía no tengo claro si lo buscó o no a pesar de que yo, cada cierto tiempo, le daba a oler el arnés.

Lo más curioso es que ella tiraba como una desesperada e incrementaba el paso cuando yo nombraba a su hijo. Pero nada, aquello dio para que ella se relajara un poco en el césped primero y luego en mitad de la calle, aunque no en gran cantidad. Me sentí fatal porque siempre vamos preparados para estas situaciones pero esta vez no. Es más, la textura del problema era tal que hubiera sido un problema intentar recoger el problema.

En cualquier caso, tras lo que pudieron ser veinte minutos de búsqueda infructuosa, regresamos a casa con la esperanza de que él llegara también en poco tiempo. Efectivamente, él ya había llegado y ya tenía la correa convenientemente atada a la reja. Además, vimos las pruebas incriminatorias, la tierra en la jardinera, las plantas rotas ... Toby, de esta no te libra ni Perry Mason, abogado elegido sobre todo por lo de Perry más que por lo de Mason :-).

Así que nada, esperemos que solo sean los últimos estertores de las hormonas que todavía tiene en su torrente sanguíneo. Por otro lado, no sé, quizás tendremos que pensar en algo para dificultar la huida porque lo que está claro es que el perro: uno, ya ha aprendido cómo se sale, dos, no tiene dificultad para hacerlo ni ciencia para pensar que luego no va a poder entrar.

En fin, a ver qué pasa.

Un saludo, Domingo.

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