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sábado, 11 de septiembre de 2010

El perro-gato

Ayer el perro se convirtió en perro-gato. Una vecina se lo encontró fuera de la casa: había saltado el muro. Vale, salir podía haber salido de forma más o menos fácil apoyándose en la jardinera, luego en el muro y luego abajo. Pero es que luego, intentando entrar de nuevo, como no era capaz, se dedicó a investigar diferentes formas. La primera fue arañar la puerta de la casa hasta dejarla hecha unos zorros. La segunda fue dar un salto de 1,80 metros o así y encaramarse al muro de la casa vecina. Una vez ahí, no vio posibilidad de llegar a la suya y se quedó en stand-by.

En esto, la vecina lo vio, si es religiosa se santiguaría y diría algo parecido a "¡¡¡Madre mía del amor hermoso!!!", lo agarró y lo bajó. Tras eso, lo subió encima del muro de mi casa y de ahí él solo encontró el camino de vuelta. Eso sí, el muy tuno no me dijo nada cuando yo, sin haber comido, los saqué a pasear. Sí que noté que intentaba marcar los sitios pero no soltaba ni una gota de pis, algo completamente no habitual en él. Luego supe por qué. Normal, si había pasado toda la mañana marcando territorio y, posiblemente, buscando alguna hembra que le ayudara a preservar su carga genética.

Por este motivo, habida cuenta de que el perro-gato tiene muy mala cabeza y muy buenas patas, no ha quedado más remedio que tenerlo unos días atado y sacar cita para esterilizarlo. Esperemos que con eso se resuelvan sus problemas ... y los nuestros.

Un saludo, Domingo.

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