Vencido por un perro ... bueno dos. Así me sentí el otro día. Entre la entrada de la casa y lo que debería ser el aparcamiento, hay un sitio ideal para poner algún tipo de puertecita que impida pasar a los perros de un lado a otro, cuando así lo estimes oportuno. Ya me había advertido mi mujer de la inutilidad de tal puerta pero yo no la quería exactamente para eso, quería algo que fuera temporal, ligero, de quita y pon, solo para las ocasiones en que pudiera ser necesario. Por ejemplo, cuando me pongo con ellos a intentar hacer como que los adiestro o cuando llega alguien y ellos se ponen a "hacerles fiesta" sin saber si a la visita le gustan o no los perros.
Esto es la versión libre de lo que pasó. Quizás solo es lo que recuerdo, quizás lo que quiero recordar o quizás simplemente lo que pudo haber pasado. El caso es que la semana pasada decidí que iba a meterle mano a esa valla temporal. Fui al Bauhaus, compré la maderita, pedí que me la cortaran con la medida que yo quería y, a falta de tener que hacer algún retoque, me la llevé. Allí empecé a atornillar las bisagras y, cuando ya tenía dos de los tres trozos, decidí que era hora de dejarlo. Otro día acabaría.
En esto llegaron los perros con su dueña y, los tres, me miraron fijamente a mí, luego a las maderas que había por allí en medio y sacudieron la cabeza al unísono con la ya conocida expresión de ... "este tío está loco". No me dejé desmoralizar, expliqué que era una obra inconclusa pero que incluso así podía resultar de utilidad.
Puse las dos maderas en ángulo de forma que no se cayeran y, a la vez, diera la sensación de ... "por aquí no se sube". Fue hacer esto y la perra dio un saltito hasta el escalón que debía cubrir la tercera madera y pasó al lado del otrora temible obstáculo. Esto causó otra reacción en cadena de canes y dueña que reían de forma desaforada.
Herido en mi orgullo, coloco la tercera madera cortando definitivamente el paso por ese lado cuando el perro (que no la perra) pasó de estar sentado a dar un salto, sin esfuerzo alguno y apoyándose en la jardinera cruzó al otro lado. Tocado y hundido.
Bueno, la verdad es que sí que hay algo de dramatización en este último punto. En realidad esa parte no sucedió así. Esa parte había ocurrido uno o dos días antes. Mientras mi mujer entraba con algunas cosas, yo sujetaba a los perros para que no se saliesen. La perra, muy nerviosa, no hacía más que intentar escaparse. Él en cambio, muy tranquilo, esperaba pacientemente sentado sobre sus caninas posaderas.
Tal paciencia me tocó la fibra sensible y decidí que, como premio, lo desataría para que esperara allí, a mi lado, pero desatado. Y dicho y hecho, quito el mosquetón del arnés y, sin mediar provocación, se produce lo que antes comentaba, sin esfuerzo alguno, da un salto, se encarama a la jardinera y pasa al otro lado. Me sentí traicionado :-(.
Aunque, en ambos casos, lo de menos que te sientas o no traicionado por un animal que además no ha hecho nada malo. Es ver cómo un animal corta el nudo gordiano sin esfuerzo alguno. Es decir, desde la propia concepción de la puerta, yo quería que fuera algo de quita y pon, solo para momentos puntuales que les comunicara algo así como ... está puesta la puerta, os tenéis que estar muy quietecitos. Por contra, décimas de segundo después me encontraba perplejo, como si los millones de años de evolución hubieran tratado mejor a aquel canis vulgaris que a mí.
Pero bueno, afortunadamente yo ya he superado ese terrible golpe que el destino me había deparado mientras que él no ha terminado de superar su éxito. La psicología canina es muy interesante. La perra que salta escaleras pero no jardineras es la madre del rabicorto, casi inexistente, canis vulgaris. Ella es una líder nata. Es muy curioso porque en general suele ser muy tranquila mientras que el hijo es un manojo de nervios. Pero llegado el momento, las personalidades se truecan por las auténticas. Ella es la líder, ella es la que quiere mandar en la casa. Puede tener gestos hacia ti como estarse quieta para que le pongas el arnés pero, una vez puesto, ella es la que manda ... o lo intenta.
Él en cambio es puro nervio, no se sabe muy bien si intenta ayudarte a que le pongas el arnés o a que no se lo pongas pero, una vez atado es absolutamente sumiso. Si los llevas dejando la formación a su buen albedrío, será invariablemente esta: Perra - Humano - Perro. De él a menudo hay que tirar porque no quiere avanzar, casi se paraliza. De ella, a menudo hay que tirar para que sepa que sus esfuerzos son vanos pues no va a liderar el paseo, dicho en terminología de César Millán.
Cuando vas con los dos y empiezas a correr, ella es muy competitiva e intenta como mínimo alcanzarte. Y, en todo caso, siempre delante del hijo. El hijo en cambio, que es un puro amasijo de músculos y fibra, no corre, se limita a caminar rápido con cierta desgana. O incluso, el otro día les daba de comer y él parecía esperar la aprobación o como mínimo la ocupación de la madre antes de empezar él. Si les echaba un trozo de carne entre los dos, más cerca de él incluso, ese sería indudablemente para la madre.
Quizás sea amor de hijo. Quizás su personalidad natural. Quizás falta de adiestramiento. Así que nada, mientras pienso en el adiestramiento que debería darles y no les doy y mientras descanso del fútbol un par de semanitas a ver si la rodilla vuelve por sus fueros, tendré que ver dónde escondo la, por ahora, inservible puerta :-).
Un saludo, Domingo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario