Empezando con las hormigas, mi relación con ellas, que yo recuerde, arranca en la explanada que hay a la entrada de mi colegio de EGB. Allí nos íbamos (o nos llevaban) a jugar cuando éramos niños y no tan niños. No recuerdo la edad que tendría yo pero sí recuerdo que había un charco y, cerca, una hilera de hormigas. Entonces, movido por mi curiosidad científica, les acerqué una tablita o un palito estrecho al que no tardaron en montarse para cruzar al otro lado. Una vez montadas, levanté la grúa y quedaron presas en el improvisado ascensor. No sé si convertí la grúa en colchoneta de playa o si simplemente le di la vuelta y la metí en el agua, dando a las hormigas un refrescante baño.
Ya para aquel entonces tenía yo conciencia de la muerte y no recuerdo si de la muerte de los animales. Puede que sí, puede que ya hubiera pasado el episodio de los cachorros que tuvo la perrita que primero fue de mi tío y luego de mi abuela. Y también puede que fuera antes de que usara mi lupa con moscas muertas. En cualquier caso, yo sentía curiosidad por saber si las hormigas se morirían o no bajo agua. Las dejé un tiempo prudencial o al menos lo que un niño pensaría que es un tiempo prudencial. Cuando acabó el plazo establecido, di la vuelta a la tablita y allí estaban las hormigas más anchas que largas.
Y ... no recuerdo más acerca de las hormigas. Eso hasta que me las volví a topar aquí en la casa. El año pasado ya hicieron acto de presencia y organizaron una romería hasta el mandarino. La romería paró al espolvorear el camino que ellas solían seguir con algún compuesto químico ideado a tal efecto. La verdad es que fue mano de santo. Sin embargo este año no ha funcionado. Este año han salido, están saliendo y saldrán de todas partes. Quizás por las lluvias de la primavera, quizás porque la jardinera tiene flores que se riegan con frecuencia ... no lo sé. El caso es que a veces el espectáculo llega a ser "asqueroso". Lo entrecomillo porque no es una palabra que suela usar con frecuencia, pero ahora mismo no se me ocurre otra mejor.
En particular, cuando cae la noche, a ellas les suena el despertador y salen a trabajar como locas. La hora punta varía, si es que lo que yo veo es una hora punta, pero en realidad da igual porque, al revés que nuestras autopistas, las suyas no se colapsan. Y entonces es cuando yo empiezo, zapatilla en pie, a convertirme en el vengador hormiguero. El Vengador Hormiguero, podría ser un buen título para la entrada, pero para cambiarlo tendría que rehacer el inicio y ahora mismo no tengo ganas.
Y el Vengador Hormiguero, un tipo nada ecologista, hace lo que el niño no hizo, mata hormigas y cuantas más y más grandes mejor. En esas horas punta es posible asistir a la muerte natural de 20 ó 30 hormigones armados. Es muerte natural porque cuando un tipo de casi 90 kilos las pisa, es natural que mueran. Aunque es más que frecuente que se hagan las muertas y, al rato, las ves otra vez moviéndose, ignoro si con lesiones de gravedad o no. Pienso también si no sería más humanitario asegurarme de que no sufren, pero entre que no podría ser humanitario de ninguna forma y que en esos momentos solo pienso en lo incómodo que me resulta ver hormigas por doquier ...
Mi récord como Vengador Hormiguero tuvo lugar hará un par de semanas. Había echado en el patio un líquido que prometía convertir el resbaladizo patio en algo antideslizante. Parece ser que lo consiguió, al menos en parte. Pero también parece ser que el líquido excitaba a las hormigas "gordas" sobremanera. Estaba echando el agua para quitarlo (es un producto ácido) cuando veo una marea negra de hormigas que salían desaforadas de un agujero del que ya me había percatado. Lo que fuera tendría que ser tremendamente atrayente o repelente. Creo que más bien lo primero. Ahí el pesado pie de la ley cayó sobre ellas.
Eso hablando de las grandes que por un lado tengo entendido que solo son fuerza bruta con escaso intelecto, a pesar de que desde fuera parecen las reinas del mambo. Las pequeñas, muy superiores en número, están casi por doquier y, si bien es más raro que mueran aplastadas, sí que caen víctimas de los productos químicos. He probado ya varios insecticidas. Algunos de ellos son lacas que, supuestamente, duran un año. Luego ves a las hormigas cruzar el que debía ser marco infranqueable de la casa y te acuerdas de los ancestros del bote y de los euros que te has gastado en ellos. Aunque es cierto que la mayoría de los sitios sí funcionan.
De hecho, con las hormigas se puede experimentar algo parecido a lo que pasa cuando un perro corta un nudo gordiano. Tú echas el producto repelente c.p.d.d. (casi por doquier derecho) y las hormigas dejan de pasar por ahí (muchas mueren en el acto) instantáneamente. Eso sí, a la hora siguiente posiblemente están entrando por la izquierda. Luego echas en la boca del agujero del cual salen y ... encuentran otro agujero. Tapas con cemento tapajuntas todos las malas terminaciones que puedas ver en los azulejos y, al rato, ya sabes dónde hay más.
Pero volviendo a la idea inicial de la entrada, es curioso que tenga en tan poco aprecio a la vida de las hormigas cuando sí se lo tengo a otros bichos. Por ejemplo, en la jardinera "aparecen" unos caracoles que yo no había visto hasta ahora. Yo conocía al caracol de toda la vida, pero aquí tengo este otro tipo. Sé que en algún momento de mi niñez comía los caracoles que guisaba mi abuela, pero también sé que llegó el momento en que no quise hacerlo, posiblemente porque me daban mucha pena. Pues bien, algo de eso debe quedar ahora porque en vez de aplastarlos como haría con las hormigas, recojo todos los que aparecen y los suelto en un descampado cercano o, a lo sumo, los echo en una bolsa de la basura a la que hago agujeros para que puedan salir. Sí, puede ser que no salgan y que, con el sol, sufran una muerte mucho más dolorosa que un simple pisotón, pero a todos nos gusta comprar un poquito de conciencia tranquila y yo no soy una excepción.
Siguiendo con el resto de seres vivos que veo por mi patio, mención destacada merecen las lombrices gigantes de la jardinera. Al principio me asusté hasta que leí que eran señal de que la tierra estaba bien cuidada. Aunque sobre todo temí porque aparte de las lombrices normales, encontré un auténtico "gusanito" del tamaño de los de las golosinas. Ese reconozco que también lo maté. Las lombrices no, incluso cuando pensaba que podían ser malas, aunque quizás porque eran muchas y hubiera servido de poco.
Y, por último, en el patio están también los perros. Perros que se portan a veces bien, mal o regular. Perros a los que llegado el momento puedo coger, como sus madres, por el lomo, porque sé que no les hago daño, o a los que puedo dar un tortazo porque se vuelven locos y, con la emoción, acaban saltando e intentando incluso morderme. Si me hubieran preguntado hace unos años, posiblemente hubiera dicho que llegado el momento no actuaría como he actuado y actúo con los animales. Sin embargo, uno cambia de opinión cuando se trata de un animal al que debes educar o simplemente que se está comiendo tus flores.
Quizás, el ejemplo más claro de reacción imprevista ocurrió ayer. Veníamos por una carretera local, de noche, cuando una serpiente no muy grande apareció sobre el asfalto, aprovechando el calor del mismo. Creo que no la pisé pero, incluso si lo hice, no tengo muy claro que hubiera sufrido daños serios. Todavía con el medio susto, de repente, un gato se internó en la carretera y se quedó quieto delante del coche. Tuve que dar un frenazo, apartarme hacia la derecha a escasa distancia de la cuneta con el fin de que, movido por el susto el gato continuara hacia la izquierda. Cuando el coche se detuvo y vi que no había pasado nada (no había escuchado ningún golpe) exclamé ... "¡¡¡Hijo de puta el gato, tenía que haberlo atropellado!!!". Mi mujer se escandalizó, por lo inaudito del tono y el contenido de mi comentario.
Entonces tuve que explicar que en realidad era porque había reaccionado mal. No debía haberme ido hacia la derecha porque a poco que diera un volantazo o no hubiera calculado bien eso hubiera supuesto acabar en la cuneta con cuantiosos daños materiales, en el mejor de los casos (como se intuye, incluso en mi explicación no estimé en mucho la vida de aquel gato). Lo ideal hubiera sido continuar recto y, en caso de atropello, incluso aunque eso hubiera supuesto daños en el coche, nuestra seguridad se habría visto menos amenazada. Afortunadamente no hubo ni una cosa ni otra y el pobre gatito, que tampoco tenía culpa de no haber asistido a la autoescuela ni de que alguna autoridad competente decidiera hacer una carretera por donde antes había solo campo, debe estar por ahí cazando ratones o calzándose botas de siete leguas. Y con una entrada capicúa en cuentos, aprovecho para decir: colorín, colorado ... esta entrada se ha acabado.
Un saludo, Domingo.
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