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martes, 2 de marzo de 2010

Pues llámeme usted

Curioso el efecto de las palabras en una persona alterada o en vías de ello. Ya comenté no hace mucho lo de aquel hombre que no podía salir porque yo había bloqueado la salida del colegio por la que se ve que escapa asiduamente a las 20:00. En otra ocasión podría preguntarme por qué yo no hago lo mismo pero bueno, eso será en otra ocasión.

También podría comentar cómo alguien puede empezar una conversación contigo de forma inesperadamente pujante para al final capitular y casi darte la razón en lo que no , quizás, no debe. Pero eso también será para otra ocasión, si es que llega.

Definitivamente voy a hablar de las empleadas de Correos que se descomponen cuando ven que faltan 10 minutos para cerrar y todavía quedan unos cuantos clientes allí. Por lo pronto puede dejar a uno de esos clientes con la palabra en la boca para, con un curioso trotecillo cochinero, llegar a la puerta a negarle el paso a alguien falte un minuto para la hora de cierre o no. La verdad es que es de esas circunstancias en las que ves que, quizás con razón, quizás, sin ella, la persona que está atendiendo al público la está pagando con alguien que simplemente pasaba por allí.

El caso es que allí estaba yo, esperando estoicamente con el coche en visión directa para evitar problemas mientras la señora iba y venía, haciendo oscilar continuamente el número de personas que atendía, entre uno y dos. Y así entre oscilación y oscilación se fue acabando la cola hasta que solo quedábamos un señor que llegó después que yo y que, si no me equivoco, tenía el mismo tipo de ticket que yo (por lo que iba detrás de mí sí o sí). En cualquier caso, en una ventanilla estaba otro chico que estaba acabando y la de esta señora estaba vacía. Yo me acerqué con la intención de ahorrar tiempo y, en caso de que a pesar de todo llamaran al otro señor, retirarme prudentemente a esperar que el primero acabara.

Total que estaba preparando todo para cuando viniera la amable señora cuando ... viene la amable señora. Y además viene demostrando que estábamos en sus dominios y que la que mandaba era ella. Así que tuvo lugar la siguiente charla amistosa (sobre todo por mi parte):

Ella: ¿Le he llamado yo?
Yo: No, no me ha llamado.
Ella: Pues haga el favor de no venir hasta que le llame.
Yo: Pues llámeme usted.
....
Ella queda en fuera de juego claro de esos que si no los pitas te meten en el congelador dos partidos.
Ella comprueba el ordenador.
....
Ella: B285
Yo: Aquí tiene.

Quizás de haber usado yo el mismo tono con el que se habían dirigido a mí, la cosa hubiera sido diferente. Sé que incluso así se trata de una situación muy tonta y probablemente, vista desde fuera, de "hilaridad limitada". Pero el caso es que, cada vez que lo pienso, no puedo evitar esbozar una sonrisa.

Un saludo, Domingo.

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